Los placeres de la vida simple y el amor por la Madre Tierra, presentes en la Sierra Gorda en México.

Los placeres de la vida simple y el amor por la Madre Tierra, presentes en la Sierra Gorda en México.

Todo comenzó hace unos 40 años, cuando la maestra Pati y su familia se fueron de la ciudad buscando una vida simple… Pocos años después, la ex primera violinista de Querétaro lideró a las comunidades de la Sierra Gorda para conseguir que la zona fuera declarada reserva de la biósfera. Hoy, 17.000 serranos participan en los variados proyectos del grupo ecológico que fundó para restaurar los ecosistemas boscosos de esas montañas.

 

El cambio climático necesita soluciones innovadoras basadas en las comunidades y la naturaleza.

Para mucha gente en el mundo entero, esta afirmación puede ser de sentido común hoy, cuando el impacto del calentamiento del planeta es evidente y los desastres están a la orden del día. Pero las comunidades de la Sierra Gorda del estado mexicano de Querétaro lo saben desde hace mucho tiempo, por eso llevan décadas trabajando en la restauración del bosque.

Todo comenzó hace unos 40 años, el día que Martha Isabel Ruiz Corzo y su familia decidieron irse de la ciudad al campo para vivir una vida simple.

Martha Isabel, mejor conocida como “Pati” -“con i latina, porque soy de maíz”, aclara con orgullo-, dejó la ciudad de Querétaro, localizada unas dos horas al norte de la capital del país, para irse a la Sierra Gorda “buscando muchas respuestas interiores”, después de haber sido siempre una citadina “con maquillaje y tacón”, primer violín de una orquesta queretana, solista en dos coros y maestra de música en una prestigiosa escuela privada.

 “Nos iba a todo dar, pero tuvimos una crisis existencial y decidimos salirnos y aprender a vivir los principios de la vida simple”, dice, autodefiniéndose como una mujer dada a los placeres de ese tipo de vida: “¡Cómo puedo disfrutar una guayaba, sí, o cómo puedo admirar el plegado de un repollo, o mi chayotera, qué barbaridad!”

Pati, o la maestra Pati, como la llaman cariñosamente en la Sierra Gorda, cuenta que uno de sus hijos tenía asma y era un niño que vivía en la ciudad con tratamientos de cortisona y recuerda con alegría que la vida en el bosque le devolvió la salud.

Desorden cotidiano

El drástico cambio del confort urbano por condiciones incómodas para las sociedades modernas, entre ellos vivir sin electricidad cinco años, mimetizó a esta familia con la naturaleza y la decidió a conservarla a toda costa.

“Yo llegué a la Sierra Gorda hace 40 años y al poco tiempo de vivir ahí como serrana me di cuenta del absoluto desorden: anarquía, cada quien jalando la cobija para su lado, talando, aperturando caminos, incendios, era lo cotidiano”, rememora.

Fue entonces cuando Pati y su esposo empezaron a trabajar con las comunidades de la Sierra Gorda, repartiéndoles arbolitos para que reforestaran el terreno. Durante varios años lo hicieron con sus ahorros, pero el dinero se acaba y empezaron a incurrir en deudas.

Cuando el agua les llegó al cuello, Pati decidió buscar al gobernador del estado, quien al ver el trabajo que venían haciendo apoyó el proyecto y les ayudó a buscar recursos estatales y federales. Ahí empezó una nueva batalla: conseguir que la Sierra Gorda fuera declarada reserva de la biósfera y se convirtiera en zona protegida.

La maestra Martha Isabel Ruiz Corzo, mejor conocida como Pati por los habitantes de la Sierra Gorda.
© Grupo Ecológico Sierra Gorda
 
La maestra Martha Isabel Ruiz Corzo, mejor conocida como Pati por los habitantes de la Sierra Gorda.

Un triunfo desde las bases

Pero antes de presentar esta petición se llevaron a cabo 130 reuniones con las comunidades para obtener su consentimiento y cuando todas estuvieron de acuerdo, se llevó la solicitud oficial al más alto nivel nacional.

“Somos la única área natural protegida en México que se gestó de abajo hacia arriba. (…) Y todos dijeron pues ¡órale! Vamos a apoyar a esta sociedad civil chambeadora. Ya teníamos diez años haciendo educación ambiental y repartiendo arbolitos”, narra con orgullo Pati.

El decreto de la Sierra Gorda como parte de la reserva de la biósfera llegó en 1997, exactamente una década después de que las comunidades serranas, con Pati y su familia a la cabeza, integraran como sociedad civil el Grupo Ecológico Sierra Gorda.

La labor incasable siguió, pero ahora con fondos para llevarla a cabo y con el mandato oficial de conservar la biodiversidad.

Osos y jaguares

La Sierra Gorda es por su posición, una confluencia neártica y tropical en donde se conjugan todos los ecosistemas de México, excepto los marinos. “Por eso somos los más sureño del oso y los más norteño del jaguar”, define Pati y agrega que en esas montañas hay más variedad de mariposas que en Estados Unidos y Canadá juntos.

La zona protegida abarca casi 385.000 hectáreas, el 32% de la superficie del estado de Querétaro. El 70% de ese terreno es propiedad privada, el 27% es ejidal (comunal) y el 3% federal. La altitud de la Sierra Gorda oscila entre los 200 y los 3160 metros sobre el nivel del mar.

Con el decreto de reserva de la biósfera, los proyectos del Grupo Ecológico empezaron a expandirse e, incluso, a extenderse a algunas zonas de la Sierra Gorda de estados colindantes con Querétaro. Las actividades de educación ambiental y reforestación se fueron ampliando y abarcando otras áreas, generando cada vez más entusiasmo entre las comunidades. Hoy, los serranos participantes en los proyectos del Grupo suman 17.000 cada año en tareas de saneamiento, educación, capacitación, diversificación productiva, producción de alimentos y regeneración de recursos forestales.

Los logros del Grupo Ecológico Sierra Gorda le han valido reconocimientos nacionales e internacionales, como el recientemente obtenido Premio Ecuatorial 2021 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que destacó el mecanismo de huella de carbono y sus tareas de restauración de ecosistemas, así como de promoción del desarrollo económico y social de las 638 comunidades que habitan la Sierra Gorda.

La Organización Mundial del Turismo, el Programa de la ONU para el Medio Ambiente y el National Geographic se cuentan en la lista de instituciones que han galardonado el trabajo del Grupo.

Miguel Flores Pedraza, productor campesino de la Sierra Gorda, observa cómo se va rehabilitando el bosque gracias a los proyectos de Pago por Servicios Ambientales, de los cuales es participante.
© Grupo Ecológico Sierra Gorda
 
Miguel Flores Pedraza, productor campesino de la Sierra Gorda, observa cómo se va rehabilitando el bosque gracias a los proyectos de Pago por Servicios Ambientales, de los cuales es participante.

Bosque sustentable

Entre los programas más reconocidos del Grupo se encuentran los de bosque sustentable, basados en un esquema llamado Pago por Servicios Ambientales, que también monitorea el carbono en los bosques de la Sierra Gorda.

Miguel Flores Pedraza es un productor campesino-agropecuario forestal participante en un proyecto de Pago por Servicios Ambientales.

Este beneficiario de 60 años, quien se considera un pequeño propietario promedio en la Sierra Gorda, explica que participa en este proyecto desde hace una década, dedicando su terreno -unas cien hectáreas- a la conservación.

“Desde hace más de diez años estoy percibiendo este apoyo por Pago de Servicios Ambientales o captura de carbono y otros beneficios que se entregan al dejar estos terrenos en reserva natural para que se vaya regenerando”, señala.

Conciencia ecológica y satisfacción

Miguel Flores asegura que, como él, los beneficiarios de este programa se sienten satisfechos.

“Nos ha ayudado mucho este beneficio económico puesto que es un ingreso que compensa lo que hacíamos en esas áreas”, dice y nos da un ejemplo concreto: “Si yo traía a esta área cinco o diez cabezas de ganado que me daban un promedio de utilidad de 50.000 pesos, es lo que hoy recibo por Pago de Servicios Ambientales por parte del Grupo Ecológico, que es el gestor de estos apoyos”.

Pero la compensación económica no es el único beneficio, agrega.

“Esto me satisface en ese sentido y, por el otro lado, ha elevado mi conciencia de la percepción ecológica. Me ha gustado ver que se enriquece, que los ecosistemas son cada vez más completos. La flora y la fauna que se está regenerando ha aumentado”.

Esas recompensas no tienen precio.

Regresan el jabalí y el puma

“Hoy en mi terreno veo que existe el jabalí, el puma, que tenía 30 años o más de no aparecerse por esta área. Eso es muy satisfactorio y enriquece el bosque. Es muy grato y es benéfico para la región y para el mundo”, acota.

Mantener aceitados los engranes de esta nueva economía de la conservación ambiental cuyos productos son los ecosistemas regenerados requiere tiempo y mucho, mucho trabajo no sólo de los propietarios de los terrenos, sino de los encargados de diseñar, implementar y monitorear los proyectos. Gente como Juan Hernández Ramos, un ingeniero forestal que detalla el proceso.

Los concursos por fondos

Como los fondos son una necesidad constante para mantener a flote las actividades ecológicas, el Grupo debe estar atento a los concursos para ese tipo de proyectos que financian oficinas gubernamentales, organismos internacionales y empresas privadas.

Juan Hernández dice que el primer paso es revisar las convocatorias abiertas y sus requisitos para luego identificar los terrenos propicios para determinado proyecto y hablar con sus propietarios, plantearles de qué se trata y ver si quieren formar parte de la iniciativa.

Agrega que en algunos casos, el financiamiento viene con un plan de asignación a ciertas actividades.

“Se tiene que invertir el 50% de recurso otorgado a mejorar el predio, circulando o mejorar sus alambrados, realizar brechas cortafuego, monitorear y vigilar las plagas, enfermedades, incendios”, apunta.

Juan Hernández, ingeniero forestal, hace mediciones para un inventario de carbono en el bosque de la Sierra Gorda.
© Grupo Ecológico Sierra Gorda
 
Juan Hernández, ingeniero forestal, hace mediciones para un inventario de carbono en el bosque de la Sierra Gorda.

Participantes responsables

Juan atribuye el éxito de los programas al compromiso de los participantes.

“Siempre han trabajado de una manera muy bien aquí. Ya sabemos que son personas muy responsables que van a cuidar bien su bosque y que ya lo han estado cuidando. Uno se puede dar cuenta cuando va y lo ve, de inmediato se nota un bosque cuando tiene disturbio por ganado o por personas o uno que no lo tiene”.

Una vez implementados los proyectos, se evalúan para ver los avances y determinar si se están cumpliendo los compromisos.

“La evaluación se hace cada seis meses porque cada semestre se les otorga un pago. Vamos y evaluamos que efectivamente estén cumpliendo con todo, que participen, que sus brechas estén bien. Ponemos cámaras trampas para ver qué tipo de animales hay, con ellas también vemos si por ahí pasa gente”.

Inventarios de carbono

Los inventarios de carbono son otra de las actividades que Juan realiza cotidianamente para saber las condiciones y edad del bosque, al igual que su captura por hectárea y qué tipo de vegetación captura más.

“Esos datos nos ayudan a elegir nuevos predios con potencial de captura de carbono. Aparte vemos la restauración del sotobosque, es lo que más podemos notar, cómo se regenera ¿por qué? Porque las vacas y los animales es lo primero que comen, la hierba. Vamos viendo una regeneración de herbáceas, el dosel más cerrado, que no hay tanto disturbio. Cuando la gente pasa, siempre pasa con el machete, va extrayendo palos o árboles. Hacemos evaluaciones técnicas y visuales”, precisa.

Toda esta labor se lleva a cabo para llegar a una meta que dará frutos diversos.

“El objetivo es la captura y el almacenamiento de dióxido de carbono y la regeneración del sotobosque, que la diversidad de especies aumente… hay muchos objetivos que se pueden alcanzar al mismo tiempo: si se conserva el bosque habrá captura de dióxido de carbono de la atmósfera y, al mismo tiempo, se está conservando el suelo, que es el hogar de las plantas, y eso hace que la humedad se mantenga más en el suelo al no remover la hojarasca. Pero digamos que el objetivo es el Pago por los Servicios Ambientales que brindan los bosques: la retención del suelo, la captura de carbono, el paisaje que brindan”.

Doña Oralia es dueña de la Fonda Las Orquídeas, participante en los proyectos de ecoturismo y ruta del sabor de la Sierra Gorda de Querétaro.
© Grupo Ecológico Sierra Gorda
 
Doña Oralia es dueña de la Fonda Las Orquídeas, participante en los proyectos de ecoturismo y ruta del sabor de la Sierra Gorda de Querétaro.

La aventura del ecoturismo ¡Ay Dios!

Y hablando del paisaje, la maestra Pati, trae a cuento con humor uno de los proyectos de ecoturismo que han implementado exitosamente en la Sierra Gorda y que surgió cuando los propietarios de las tierras de una zona de apicultores conocida como la Cañada de las Avispas decidieron que sus terreros se dedicaran a la conservación del bosque.

“Empezamos con la aventura de las cabañas de San Juan de los Durán. Les dije: ‘amigos, no van a hacer manejo arriba, pero esto está espectacular, vamos a construir unas cabañas´, ¡Ay Dios! Otra aventura de años, con ese proyecto tengo como 24 años desde que comenzó. Ya es muy eficiente, tiene un equipo de excelencia, el lugar está brillante. Pero San Juan de los Durán lo visitamos cada mes por diez años para ver que todas las ventanas abrieran y cerraran, que no goteara una gota, que todo estuviera en su lugar”, recuerda.

Para observar la nueva logística en los servicios turísticos, el Grupo Ecológico desarrolló un protocolo y hoy los turistas lo disfrutan plenamente.

“Pero nadie puede tener idea de lo que hay detrás de un proyecto como ese. Armamos una carpintería en el pueblo, capacitamos jóvenes, vino un profesor famoso a vivir a la comunidad, a capacitar a esos grupos. ¡No te puedes imaginar! Todo tiene una historia”, señala.

Entusiasmo contagioso

La vitalidad y dinamismo de Pati son influencia por demás positiva, tanto, que los beneficiarios y los integrantes del Grupo Ecológico Sierra Gorda trabajan con gusto, convencidos de lo que hacen y, sobre todo, disfrutando su labor.

Juan Hernández da fe de ello: “Sin duda alguna estamos convencidos de lo que se hace. Y es bonito ser parte de este proyecto, la maestra Pati tiene un entusiasmo contagioso y es un placer estar apoyando aquí y se parte de algo que está funcionando. Los resultados son más que visibles”, señala contrastando esta satisfacción con algunas decepciones que tuvo trabajando en otros lugares donde primaban los intereses económicos.

Los buenos resultados son un granito de arena muy importante, pese a que el trabajo pendiente es enorme, reconoce Juan.

“Aquí hay muchas hectáreas por conservar todavía, que son importantes, pero se hace lo que se puede con lo que se tiene hasta ahora. Esperamos que en el futuro se puedan incrementar los Pagos por Servicios Ambientales y la superficie de bosque protegida”.

Los niños de las escuelas de la Sierra Gorda de Querétaro, en México, aprenden a respetar el medio ambiente desde las aulas y disfrutan algunos alimentos producidos localmente.
© Grupo Ecológico Sierra Gorda
 
Los niños de las escuelas de la Sierra Gorda de Querétaro, en México, aprenden a respetar el medio ambiente desde las aulas y disfrutan algunos alimentos producidos localmente.

Educación, la mejor arma

Para Pati, la mejor arma para defender y restaurar la naturaleza es la educación, por eso empezó a recorrer las escuelas con las comunidades hace 34 años con un acordeón para cantar con los niños e impartirles educación ambiental. Desde entonces, ese programa ha sido continuo en las más de 150 escuelas de la región, ahora en manos de los maestros.

Después de ese tiempo se han logrado cosas, en algunos municipios los gabinetes son ecologistas, pero sobre todo, la población en general ha adquirido conciencia.

“Si vas al mercado y hablas de la campaña basura cero, la gente sabe de lo que se trata y los comerciantes están a favor y le piden a la gente que lleve sus recipientes, sus canastas. Es innegable que la educación ambiental funciona”, dice.

Y en este logro, los personajes clave son los docentes, recalca, argumentando que la única esperanza para el planeta es la que se pueda generar con una visión diferente, “fomentando en los niños el amor por la tierra”.

Y esa es una de las muchas labores de Grupo Ecológico Sierra Gorda.

“De aquí tenemos que irradiar reverdecimiento. Y ese es el único afán de toda esta organización de gente muy comprometida con la Madre Tierra”, sentencia Pati.


Reportaje: Carla García

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